Compersión
Mi “novia” tiene nuevo afecto y yo me siento un poco
extraña.
Le llamo “novia” en privado y por cariño, es uno de los rezagos que nos ha quedado del amor romántico: decirnos “novias” permite sentirnos juntas, comprometidas y meternos un poco al infantilismo que en otras relaciones parejiles se materializa con palabras como “amor”, “bebé”, “cariño”, “ositx” y así… En nuestro “novia” ha sido desactivada la propiedad y la promesa de casorio, no gratuitamente, que quede claro: por cinco años cuestionamos y destruimos nuestros mandatos y roles de genero, los volvimos a armar a nuestro gusto, los volvimos a desarmar, los miramos despanzurrados, cada una se sintió perdida sin tener manual de comportamiento, tomamos conceptos, los resignificamos, los aderezamos y nos pusimos a jugar con ellos. Fuimos y somos amigas en nuestros cimientos (que son como un lego de piezas infinitamente diferentes pero hemos logrado encajar), fuimos compadres (en un estricto comportamiento masculino y mayate) y luego de una larga cadena de desgracias, buenas vivencias, aprendizajes y otras relaciones somos compañeras: un par de iguales que reconocen que se necesitan, enriquecen y abonan a la otra. Nuestra relación no es nada ingenua: sabemos que nos requerimos en aspectos económicos, políticos, emocionales, sociales, fisiológicos, de hábitat y por cada necesidad y abono nos cuidamos, platicamos y avanzamos de maneras (después de buena chamba) lo más equitativas posibles.
Hace poco más de dos años, (a pesar de ser poliamorosas desde que nos conocimos y tener planteado que cualquier persona se podría sumar a nuestra relación por cualquiera de los dos nodos que en ese momento constituía nuestra relación), nos percatamos que todos los conflictos que habíamos tenido con intentos de relaciones “paralelas” era porque, a pesar de nuestros esfuerzos, seguíamos viviendo con jerarquías a nuestro alrededor: la gente insistía en ver dentro de la relación una dominante y una sumisa, una victima y una victimaria, una poderosa y una subordinada… y que al enterarse de lo “armoniosa” que era nuestra relación rápidamente nos subían a un pedestal. Éramos un caso de éxito de pareja monógama jerárquica, aunque no éramos monógamas y pretendíamos no ser jerárquicas. Se relacionaban con nosotras como algo “exquisito” “maravilloso” que “no debía ser roto ni perturbado”, es decir, no se relacionaban con nosotras, sino con la construcción que se hacían de nosotras. Decidimos entonces tomar el toro por los cuernos y “constituirnos” como “pareja base”: nos planteamos, juntas, ser una planicie, una plataforma para las otras personas que se relacionaran con nosotras, si tanta era la insistencia de subirnos a un pedestal y admirarnos nosotras tomaríamos el pedestal, lo achatariamos hasta crear algo plano donde otras relaciones pudieran jugar gustosamente con nosotras, divertirse, aprender, amar… entre iguales… Hasta que se cansaran y quisieran buscar una relación monógama con otra persona o bien nos dieran las gracias por lo aprendido… tal vez, eventualmente, llegaría alguien o “alguienes” que quisieran formar una horizontalidad y sumarse a nuestra verdadera dinámica…
Le llamo “novia” en privado y por cariño, es uno de los rezagos que nos ha quedado del amor romántico: decirnos “novias” permite sentirnos juntas, comprometidas y meternos un poco al infantilismo que en otras relaciones parejiles se materializa con palabras como “amor”, “bebé”, “cariño”, “ositx” y así… En nuestro “novia” ha sido desactivada la propiedad y la promesa de casorio, no gratuitamente, que quede claro: por cinco años cuestionamos y destruimos nuestros mandatos y roles de genero, los volvimos a armar a nuestro gusto, los volvimos a desarmar, los miramos despanzurrados, cada una se sintió perdida sin tener manual de comportamiento, tomamos conceptos, los resignificamos, los aderezamos y nos pusimos a jugar con ellos. Fuimos y somos amigas en nuestros cimientos (que son como un lego de piezas infinitamente diferentes pero hemos logrado encajar), fuimos compadres (en un estricto comportamiento masculino y mayate) y luego de una larga cadena de desgracias, buenas vivencias, aprendizajes y otras relaciones somos compañeras: un par de iguales que reconocen que se necesitan, enriquecen y abonan a la otra. Nuestra relación no es nada ingenua: sabemos que nos requerimos en aspectos económicos, políticos, emocionales, sociales, fisiológicos, de hábitat y por cada necesidad y abono nos cuidamos, platicamos y avanzamos de maneras (después de buena chamba) lo más equitativas posibles.
Hace poco más de dos años, (a pesar de ser poliamorosas desde que nos conocimos y tener planteado que cualquier persona se podría sumar a nuestra relación por cualquiera de los dos nodos que en ese momento constituía nuestra relación), nos percatamos que todos los conflictos que habíamos tenido con intentos de relaciones “paralelas” era porque, a pesar de nuestros esfuerzos, seguíamos viviendo con jerarquías a nuestro alrededor: la gente insistía en ver dentro de la relación una dominante y una sumisa, una victima y una victimaria, una poderosa y una subordinada… y que al enterarse de lo “armoniosa” que era nuestra relación rápidamente nos subían a un pedestal. Éramos un caso de éxito de pareja monógama jerárquica, aunque no éramos monógamas y pretendíamos no ser jerárquicas. Se relacionaban con nosotras como algo “exquisito” “maravilloso” que “no debía ser roto ni perturbado”, es decir, no se relacionaban con nosotras, sino con la construcción que se hacían de nosotras. Decidimos entonces tomar el toro por los cuernos y “constituirnos” como “pareja base”: nos planteamos, juntas, ser una planicie, una plataforma para las otras personas que se relacionaran con nosotras, si tanta era la insistencia de subirnos a un pedestal y admirarnos nosotras tomaríamos el pedestal, lo achatariamos hasta crear algo plano donde otras relaciones pudieran jugar gustosamente con nosotras, divertirse, aprender, amar… entre iguales… Hasta que se cansaran y quisieran buscar una relación monógama con otra persona o bien nos dieran las gracias por lo aprendido… tal vez, eventualmente, llegaría alguien o “alguienes” que quisieran formar una horizontalidad y sumarse a nuestra verdadera dinámica…
Así cruzamos por una etapa en la que fuimos 5 en la
relación: otra pareja y una chica soltera que quería formar un vinculo
individual con las otras personas.
Cruzamos por meses de hermosas platicas hasta altas horas de la madrugada,
queriéndonos y admirándonos les unes a les otres, jugando, enriqueciéndonos,
construyendo. Hasta que un evento decisivo nos invadió: La llegada de un bebé.
Ya habíamos hablado de toda la situación y la teoría de criar en un conjunto de
cinco parecía viable, pero en el planteamiento uno de los miembros de “la otra”
“pareja” necesitaba que ciertos requerimientos fueran llenados, entre ellos los
más importantes era que el bebé debía ser, genéticamente, de ellos, “la otra
pareja”. El otro miembro sin embargo, no sentía esto tan importante y ante la
noticia del embarazo de mi parte asumió de lleno el reto. El último elemento de
nuestra relación de cinco, la chica “soltera” decidió guardar un papel más bien
de tía en la crianza del humanito en formación. Los sucesos del evento fueron
descarapelando lo que hacia fuera parecía una genuina relación de pentágono y
al poco tiempo nos quedamos 3 en el compromiso de la crianza. Por un buen
tiempo, pese a que las tres personas que quedamos éramos amigas de tiempo
atrás, en ciertas circunstancias pareció que eramos 2 + 1, es decir, mi novia y
yo más nuestra amiga que se estaba constituyendo como nuestra compañera. Estos
procesos tampoco son gratuitos… La verdad no entiendo porque la gente insiste
en creerlos mágicos.
La relación de tres madres lleva en este momento casi 26 meses: el embarazo y la edad de bebé. El evento ha modificado a todas en lo particular y ha constituido gran parte de nuestra relación en conjunto: somos, por definirnos de un modo entendible, amigas que se aman y mamás, mamás con diversos papeles y roles en la crianza, porque explicaciones más, explicaciones menos, dentro de nuestra relación no reina la atracción sexual en todos los nodos. Luego, cada nodo ha guardado relaciones “externas”: unas que no se vinculaban de modo directo a la crianza, por tanto nos fuimos constituyendo como tres y bebé…
Así pues la nueva novia de mi novia es algo nuevo y particular.
La relación de tres madres lleva en este momento casi 26 meses: el embarazo y la edad de bebé. El evento ha modificado a todas en lo particular y ha constituido gran parte de nuestra relación en conjunto: somos, por definirnos de un modo entendible, amigas que se aman y mamás, mamás con diversos papeles y roles en la crianza, porque explicaciones más, explicaciones menos, dentro de nuestra relación no reina la atracción sexual en todos los nodos. Luego, cada nodo ha guardado relaciones “externas”: unas que no se vinculaban de modo directo a la crianza, por tanto nos fuimos constituyendo como tres y bebé…
Así pues la nueva novia de mi novia es algo nuevo y particular.
Ha sido hermoso y rápida la conexión entre ellas. El como se
habían quedado a platicar en las madrugadas y los temas que alcanzaba a
escuchar que hablaban me recordaron un poco a como yo hablaba con mi novia en
un inicio.: ella no suele hablar de ciertos temas con cualquiera. Comenzaron a
abrazarse casi sin percatarse y pronto ella le dijo a mi novia que le gustaba,
cuando mi novia ya me había comentado que ella gustaba de la otra. Hablaron de
duración y profundidad en la relación, de la participación en la crianza de
bebé, bebé no era impedimento, no había ningún pero, al contrario, todo era
suma a lo que acá todas ya hemos sembrado. La coincidencia fue hermosa y tan
mágica que de a ratos, en estos días dudo de ella: ¿esto está realmente
pasando? Son como ese par de zapatos que calzan perfectamente, una fila de
latas acomodadas simétricamente y delineadas en el supermercado, colores armoniosos
en una acuarela que guardan una línea blanca entre el entintado. Mentalmente me
siento a mirarlas. Desgracias a parte he pensado… que mañana podría morir y mi
espacio, de algún modo, estaría “ocupado”: ella se parece a mi novia y se
parece a mí y no lo menciono de manera narcisista. Siento que vibro con ella, y
lo chistoso es que contrario a lo que piensan de las relaciones poliamorosas,
en que todos deben gustar de todos, yo no necesito que ella guste de mí de
manera sexual o “romántica”. La relación, el vinculo, es de “mi” “novia”. Mi
novia le ha nombrado novia y ha sido raro: que la nombre con el nombre cariñoso
que nosotras nos formamos me hace sentir, de cierto modo, participe de la
relación, pero más me da gusto de escuchar que “mi” “novia” ha logrado una
conexión tan dulce con otro alguien. Mi extrañeza también se observa en mi
deseo de que les sea duradero, mucho: que puedan enriquecerse, que se gusten
todos los días, que crezcan (que crezcamos, todas), que ella se sienta parte de
todas nosotras, que bebé le nombre, que puedan tener ratos a solas, juntas,
para que puedan conocerse y compartirse más, que se quieran, que se amen, que
todas nos sintamos bien con todas, que se cuiden, que nos cuidemos…
Escrito el jueves 29 de noviembre del 2018 a las 19:50. Antes de una crisis de identidad.
P.D. al 7 de diciembre del 2018: Nada es gratuito
Escrito el jueves 29 de noviembre del 2018 a las 19:50. Antes de una crisis de identidad.
P.D. al 7 de diciembre del 2018: Nada es gratuito
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